Tus palabras son nuestro camino 49 – El impulso de gusto y disgusto

Pasamos casi todo el tiempo pensando en nosotros mismos. Decidiendo a cada instante que nos gusta y que no, que amamos, que odiamos, etc. Podemos pasar de una actitud indiferente en un asunto y al poco tiempo mostrar una euforia desbordante  en otro. Es un comportamiento que se guía exclusivamente por el impulso egoista (sentido del Yo), que muestra la estrechez de miras con que nos manejamos en la vida. ¿Quién somos nosotros para decidir como han de ocurrir las cosas?

El gran Mistico Kabir sólo tenía una idea en su vida: sentir y propagar el amor y la compasión sin límites hacia todo lo creado. Nosotros no funcionamos así, actuamos por empatía, si algo nos gusta o alguien nos cae bien, volcamos nuestras simpatías hacia él/ella. Por ejemplo, nos da pena ver a ese individuo glotón con dolores de gota, que se ha pasado la vida comiendo y bebiendo, y no sentimos la mínima solidaridad con aquél padre que realiza jornadas interminables hasta la extenuación, para llevar un salario mínimo a su hogar.

La mejor actitud es permanecer neutral, valorar las cosas por sus propios méritos y no ponernos de una parte o de otra según nos pegue el viento. Es un reto muy difícil, estamos habituados a reaccionar emocionalmente de inmediato: a favor o en contra. La intensidad de la reacción gusto-disgusto sigue in crescendo de forma exponencial, los impulsos se aceleran, “me gusta muchísimo…”, “quiero eso y lo otro,…”, “no podría vivir sin,….”. De la misma manera que se pierde el equilibrio con lo que tanto gusta, paralelamente se desarrolla la misma fuerza con los disgustos. No estamos hablando de disgustos pasajeros. Sigilosamente crecen hasta convertirse en una fuerza incontrolable de sentimientos negativos, odio y deseos de venganza.

No podemos cambiar el mundo. Pero sí podemos responder de forma adecuada ante determinadas situaciones. Podemos dar opiniones constructivas, sugerencias, fomentar el bien en vez del mal, privarnos de hacer daño y escrupulosamente evitarlo.

Dr. Jayadeva Yogendra

TRADUCCIÓN: EPIFANIO CASTILLO

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